Nazco en Azul un 21 de junio de por allá atrás. Crezco en Laprida el resto del cronos que Dios me dio hasta que me trajo a los centros urbanos capitales (de la provincia y de la nación). De Azul recuerdo a los abuelos y a los parientes de los abuelos que son mis parientes, sin olvidarme de los amigos de mamá. Recuerdo también el bosque tremendo del parque, el balneario, la avenida Mitre, la plaza, el monasterio, y las tardecitas en la vereda cuando mientras los grandes le daban al Cinzano y las papitas, los chicos paveabamos correteando por ahí. También recuerdo un arroyo que soñé hace poco, como en la sierra, de agua que sacia, cristalina, mansa, bordeado por pastos verdes llenos de vida. De Laprida recuerdo todo lo que no me olvido cada vez que vuelvo. Las calles de tierra (ahora pavimentadas y más ligeras), los pinos, los juegos y los niños, las colmenas, unas chivas en el parque del museo y al abuelo en el museo y en casa, las monedas de un peso para comprar cigarros, las drogas, los amores, la plaza, los perros, todo eso que cualquiera que haya pasado por allí debería llevar en el corazón de adentro y en la memoria de afuera.
Hoy ando desfachatado en novedad de vida nueva, lidiando con un diálogo vital -que a veces me descalabra- entre Cristo, la poesía, las literaturas, los evangelios, los sueños y los apuros. Las urgencias me han hartado, me harta la televisión argentina y la cantidad de tetonas que aparecen vendiéndose y vendiendo un modelo de belleza posmoderna que sus jefes quieren vender para seguir ganando y poder seguir vendiendo. Me hartan la religión, los religiosos y el cristianismo corporizado.
Después de haber estudiado medicina durante dos años, me di cuenta de que los médicos (y los aspirantes a) creen ser la clase de seres humanos indispensables para que el mundo funcione. Después de haber estudiado periodismo durante tres años, me di cuenta de que los periodistas (y los aspirantes a) creen ser la clase de seres humanos indispensables para que el mundo funcione. Estando aún en el primer año de teología, me doy cuenta de que los teólogos (y los aspirantes a) creen ser la clase de seres humanos indispensables para que el mundo funcione. Mientras escribo estas palabras pienso que son todos una manga de forros, y que lo único indispensable para que el mundo funcione es la Gracia de Dios, que se manifestó en su plenitud en la persona de Jesucristo, y a la cual tenemos acceso todos los que nos atrevemos a creer.
Ahora escribo este blog sin levadura -que espero alimentar con más o menos buenos textos (por lo menos de lo que mejor me sale a mí)- y otras cosas mucho más esenciales pero de menos ardor artístico.
Si me preguntan por el origen de mis apellidos les diré que no tengo la más remota idea, porque cuando mis abuelos vivían yo no tenía ganas de escucharlos diagramando genealogías, y ahora que no están (y los extraño) creo no tener a quién preguntarle.
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