Una divinidad con nombre de gaseosa

“En algún motel soñé brevemente con un marciano. Sumamente convencional -chiquito, verde y con dos antenas- este marciano había visitado México con su plato volador y de vuelta en su planeta informaba a los Grandes Ancianos sobre sus observaciones. Sólo me acuerdo de una cosa: parecía sostener que las divinidades del panteón azteca habían abandonado a los mexicanos como los dioses griegos abandonan a Antonio en el admirable poema de Cavafis (esto no lo decía el marciano sino que lo agrega el culto cronopio soñante). Sólo una divinidad seguía fiel a sus fieles a juzgar por la adoración de que era objeto: la indudablemente poderosa y terrible Coca-Cola. Aquí el marciano se agitaba muchísimo para mostrar carteles y fotos, y antes de despertarme alcancé una parte de su explicación: ‘Tiene un altar en todas partes, tiene infinitos altares, no se puede mirar a ningún lado sin ver su color sagrado que es el rojo, y su nombre augusto que es doble. Grande ha de ser su fuerza, grande y temible su negra sangre’ ”.

Julio Cortázar, Un cronopio en México, hoy en Papeles Inesperados, pero publicado por vez primera en El Sol de México, en 1975.

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